Nadie podía imaginarse que las LOMO soviéticas tendrían un papel decisivo en el renacer de la fotografía analógica a escala mundial. Pero de alguna manera su espíritu desenfadado y sin pretensiones cautivó a todo un movimiento de fotógrafos cuando la película se asomaba al abismo de la extinción.
En la cámara analógica de formato medio LOMO Lubitel 166B encontramos la quintaesencia de la fotografía lo-fi: imágenes vibrantes extraídas de una carcasa de plástico made in URSS. Estos aparatos, que ya estaban desfasados en su tiempo, podrían haber simbolizado la victoria final del bloque capitalista, representado por sus flamantes Leica, Contax, Nikon o Canon, sobre el entonces decadente bloque soviético. Pero por fortuna, en la historia, como en el arte, nada es lineal.
En los años 80 y 90, las marcas de fotografía occidentales compitieron de forma encarnizada por alcanzar la perfección. Refinaron sus ópticas y componentes, automatizaron todo lo posible para garantizar la replicabilidad de resultados y crearon distintas gamas y familias de productos orientados a mercados prefabricados en laboratorios de marketing. Lejos quedaron aquellas viejas máquinas diseñadas a mano alzada por ingenieros alemanes, ensambladas de forma casi artesanal y capaces de generar imágenes con identidad propia. Las máquinas de autor del pasado habían sido prácticamente borradas del mapa, sustituidas por ingenios electrónicos clónicos en nombre del imperio de la perfección instrumental y la obsolescencia programada.
Así que cuando las primeras cámaras digitales llegaron al mercado, los clientes no tuvieron demasiados remilgos en abandonar esos aparatos sin alma para abrazar el nuevo paradigma tecnológico. Solo un puñado de fotógrafos y cineastas profesionales se mantuvieron vinculados a la película durante algunos (pocos) años más, a la espera de que los sensores fueran lo suficientemente buenos como para poder deshacerse por fin de esos trastos obsoletos.
El movimiento “lomográfico”
La fotografía en película quedó prácticamente extinguida. Solo algunos románticos trasnochados y algunos irreductibles mantuvieron viva la tradición. Entre ellos estaba un nutrido círculo descentralizado de amantes de la fotografía lo-fi que habían encontrado su lugar en el mundo rescatando cámaras de plástico soviéticas y compartiendo los resultados en los bajos fondos de internet. Estamos hablando, por si no lo estabas sospechando ya, del movimiento Lomográfico.
Esta especie de cenáculo, surgido entre estudiantes de Viena en la década de 1990, puso en su altar a la marca LOMO de San Petersburgo. Con el desmantelamiento de la URSS tras las reformas de Mijaíl Gorbachov, los occidentales tuvieron acceso a la tecnología soviética para descubrir que del otro lado del telón existía un mundo fascinante a la par que kitsch por descubrir. Las fotografías realizadas con las cámaras LOMO LC-A de 35 mm iban a la contra de todo lo que se estaba haciendo en la fotografía perfectiva mainstream.
De esos aparatos de plástico de baja calidad surgían imágenes de colores vivos y brillantes, artefactos insólitos y resultados tan sorprendentes como random que generaron un fenómeno fan global que dura hasta nuestros días y ha sido muy importante en la preservación del medio analógico, en especial entre las generaciones más jóvenes.
Una breve historia de LOMO
La compañía LOMO (por las siglas en ruso de la Asociación Óptico-Mecánica de Leningrado) tiene sus orígenes en una empresa franco-rusa fundada en 1914 para el desarrollo de ópticas. Esta compañía fue nacionalizada en 1919 por el nuevo estado socialista surgido de la Revolución de Octubre de 1917. La empresa atravesó diversas fases estrechamente vinculadas con el desarrollo de la industria militar y lanzó al mercado soviético diversos modelos de cámara inspirados en las que se estaban produciendo en Occidente.
Entre ellas estaba la “Komsomolets”, cuyo nombre hacía referencia a las Juventudes Comunistas de la Unión Soviética. Esta cámara de formato medio y lentes gemelas (al estilo de la Rolleiflex o de la también soviética Meopta Flexaret) se presentó en 1946 y era una copia casi exacta de la germana Voightlander Brilliant, aparecida en Alemania diez años antes, en 1936. Tras una serie de mejoras técnicas y evoluciones, el modelo pasó a llamarse “Lubitel”, que en ruso significa “Amateur”, de la que se vendieron unos cuantos millones de copias.
El legado Lubitel
Las primeras Lubitel se fabricaban en baquelita, un tipo de plástico texturizado de aspecto robusto. Ese material se mantuvo hasta el lanzamiento del modelo 166, que ya incorporó el plástico moderno de aspecto más barato. La 166B se lanzó en 1980 e incorporaba ya todas las mejoras que LOMO llegó a introducir en este modelo, al que más tarde se sumó un adaptador para carretes de 35 milímetros. Tienen un diseño soviético icónico, con líneas funcionales simples y una estética industrial apabullante.
La cámara tiene una óptica de 75 milímetros con enfoque manual y una apertura de f4,5 a f22. Dispara a una velocidad máxima de 1/250 y cuenta con temporizador automático. Los controles de la cámara están todos sobre la lente de la toma fotográfica construidos en forma de palancas que se superponen. Una de sus ventajas es que se trata de una cámara de formato medio muy ligera y relativamente compacta por lo que es una de las mejores compañeras para viajes creativos.